Opinión

Historia de paco llamado, también, luis

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Historia de paco llamado, también, luis

Por Gerardo Alvarado Profr. de la Laguna.- Un buen día quise ser una caricatura, para, de este modo, hacer mil travesuras. Walt Disney

- ¿Cuál es el nombre que llevarás durante el combate?

- le preguntó Ernesto al finalizar otra jornada de entrenamiento, ya muy cercano el compromiso que pronto habrían de afrontar, y que ni se imaginaban, ¿será?, con qué fuerza lo habrían de hacer.

- Me voy hacer llamar Luis.

- ¿Por qué así, si se puede saber? Sonrió antes de contestar la segunda pregunta.

-Verás, he estado pensándolo, desde que se hizo la propuesta, y he llegado a la conclusión que si Florencio se llamará Hugo y mi nombre real es Paco, entonces, ahora, me conocerán como Luis. De esa manera cubrimos el trinomio de los sobrinos del pato Donald: Hugo, Paco y Luis. Apenas pudo contener la risa y sólo alcanzó a darle una palmada en el hombro, que se interpretó como un festejo a la ocurrencia.

Al gemelo Francisco Ornelas Gómez, le rebotaba el recuerdo cuando Arturo, llamado Ernesto en honor al Che, afinaba los detalles antes del histórico asalto. Cuando decidió llevar el nombre de Luis para el bautizo de… sangre.

Allí estaba, muchos años después, mirando las ruinas del desolado edificio de lo que fue el cuartel militar, construido con los árboles de la sierra. Esto, sin pereza, le trajo el filme suyo, justo en el lugar de los impulsos más estremecedores que dio su cuerpo, en todo lo que había tenido de vida.

Quienes han conocido a Paco, saben lo saleroso que es. Un personaje de amplia cobertura crítica, febril en el debate, cortejante con lo que quiere y de una amistad, indiscutible, llena de vida. Él tiene la fortuna de ser una leyenda; que lo sabe y puede contarlo. Ese honor se le desliza por toda su espiritualidad sin que se le perciban falsas modestias. Da gusto platicar con él y, más, escucharle hablar de su historia, la que vivió junto a sus compañeros en la epopeya de Madera, ésa que habrán de seguir contando sus hijos, y los hijos de éstos y, todas las cadenas de su sangre por todos los tiempos del hombre.

No cualquiera gana la gloria, tan mancebo, y se da el gusto de recordarla y transmitirla, como lo hace Paco llamado, también, Luis. Como el personaje de historieta al que, instintivamente, debió haberle encomendado su suerte, 2 estilando comicidad, alterando la lógica de lo objetivo, en una similitud como se atrevió a hacerlo Miguel de Cervantes Saavedra con su ingenioso Quijote.

Ver el cuartel, en ruinas, fuera del cuadro de aquella madrugada, en que ellos adelantaron el alba por el resplandor de los fogonazos, lo sumergía en una avalancha nostálgica. Cargaba, sobre él, la verdad y el amor de ocho hombres y de toda una época. Su voz y su coraje eran los de aquéllos. Por sus pulmones respiraban y en su cerebro se multiplicaban tan extraordinarios seres. El corazón era uno solo, unido por sangres de rebeldía con las que se escriben las historietas cándidas, de vida eterna. Seguía admirándose del atrevimiento propio y del de sus compañeros. Seguía preguntándose, ¿cómo, en ese lugar de la galaxia, se juntaron tantas ganas con tanta genialidad? Arrebatados muchachos, viajeros del tiempo con sus mensajes existenciales de años luz.

Sin lugar para el descanso y con la fatiga a cuestas hicieron de los minutos semanas, luego, de las noches días. En un puñado de años vividos, gestaron una salvaje colmena de mieles deliciosas, sobre los planísimos riscos. De ésas difíciles de alcanzar, pero que alimentan las ilusiones de los que sueñan con júbilos extendidos.

Le pareció, que el viento, le traía el aroma de los amigos en una mezcolanza de torbellinos y pasiones, como si apenas los hubiese dejado de ver. Lo poco que quedaba de aquella gendarmería le agigantó la remembranza. Un guardado estremecimiento se le vino, a la memoria, cuando se figuró la estantería de los pinos dispuestos como paredes, pisos, techos y cercos de aquella sede militar en el pasado de su mocedad. Se figuraba, lo observaban, como sorprendidos de ver de frente y a plena luz a tan atrevido personaje, treinta años después. Uno de los mozalbetes del alba de aquel diferente amanecer, estaba parado frente a ellos. Se les quedó mirando, y dio la impresión que estaba queriendo que le hablaran, quizás. Fascinado y en paso lento fue dando el recorrido viendo a detalle cada pedacito, que quedaba, del viejo cuartel…entre retándolo y admirándolo con un subconsciente refinado.

Porque desde su interior, se seguía diciendo, fue defendido por otros jóvenes iguales que él en edad, que contestaban al fuego por órdenes e instinto sin saber, los de la mala paga, que salvaguardaban a un sistema anquilosado y protector de monopolios. Se imaginó a los soldados, apenas en la flor de su vida, que ahí quedaron sin ella y nulos de gloria. Contrario a sus ocho aliados que retornaron a sus hogares, después de la vida que se conoce, ya convertidos en historia cósmica y mitología de su pueblo.

En un atardecer en el vergel de Saucillo, en la casa de la abuela Loreto, su tío Pablo, tuvo con él un corto y decisivo diálogo, mismo que lo llevaría al cambio radical de su existencia. Fue en los principios del verano, previo al otoño de fuego que le tocó vivir. 

- Vamos a tener que hacer uso de las armas, es una decisión que hemos tomado después de analizarlo profundamente. El sistema que padecemos no da para más, por lo mismo no nos deja otro camino. Si queremos construir un sistema de igualdad; esto será dolorosamente. Por ello estoy obligado a preguntarte, ¿quieres ir?, ¿estás puesto para esta nueva tarea? Si crees que no, yo entenderé y, de cualquier manera, seguirás teniendo este cariño que te he profesado por ser parte de mi sangre pero, también te lo aclaro, por ser un joven entregado a la causa de las mayorías. Porque confío en tus ideales y admiro tu intrepidez, he propuesto que seas uno de los elegidos. La decisión que tomes será solamente tuya, Paco. De nadie más.

- Quiero ir. Seguro de que sí - lo dijo sin titubeos - Desde que empezaron las nuevas acciones del movimiento, he visto que no hay otro camino que el que usted me está planteando. El segundo encuentro de la sierra “Heraclio Bernal”, nos dejó esta conclusión. Estoy listo para lo que sigue… tío Pablo. El doctor le sonrió festejando, inequívocamente, la bravura que seguía cubriendo a su familia, desde que sus padres, y abuelos de Paco, les habían marcado el camino de la justicia. Su progenitor Pablo y su madre Loreto, apegados consecuentes a los ideales del villismo y el cardenismo, inculcaron en su familia una estruendosa reacción por la defensa de los instintos nobles.

Por eso Paco respondía, puntualmente, a las exigencias nuevas, cosa que lo llenaba de orgullo.

Ya no hubo más discurso, porque dos seres que se entienden, entre sí, hacen poco uso de las palabras, recurren más a la contundencia de sus hechos. Sólo sacó un pequeño fajo de billetes de baja denominación y se los dio a su sobrino del alma, para que pudiera trasladarse a la región de Zacatecas y de ahí a México, lugares en donde se recibiría el entrenamiento mayor, antes de la acometida insolente de los guerreros.

El joven, estudiante de la normal del estado y miembro del destacado clan de los Gómez, había sobresalido en la reivindicación de los sin tierra, de los sin casa, de los sin empleo, de los sin… nada. Por eso cuando fue al segundo encuentro de la sierra, que se realizó en tierra duranguense, le quedaba claro que el camino iba a ser muy complicado, donde sólo los mejores serían los actores principales. Ya presentía que sería uno de ellos; de los sin retorno.

“El segundo encuentro organizado por la vanguardia de los desposeídos, llevó el nombre de otro duranguense de Santiago Papasquiaro: Heraclio Bernal, quien fue avecindado en Sinaloa, brazo moral y vengador contra las compañías mineras extranjeras por explotadoras de sus paisanos y, verdadero martirio del sistema opresor del dictador Porfirio Díaz. El acto fue en un lugar de Durango, Arturo de ahí era, los Gaytán descendían de campesinos y mineros. En eso está la clave por lo cual se le confirió el merecido honor a 4 Bernal”. De esa forma les afirma el llamado Luis, a los que ignoran este asunto histórico.

El aire de la montaña lo volvió al presente frente al deteriorado cuartel. Dos veces había estado junto a él. Sólo dos veces en todos los años de su vivir. En pequeñísimas horas, sus sentidos estuvieron a plenitud. La primera vez fue de locura absoluta, congestionada por el elíxir del heroísmo que tienen ciertos jóvenes; la segunda de una paz disfrutada por el efecto del deber cumplido.

Así lo reflejaba en su interior en un disfrute, muy propio, que ni el regreso de los tiempos se atrevería a arrebatarle. El cumplir, acarrea la tranquilidad dentro de los seres íntegros, que sobrepasan con sus pesadas tareas, las minúsculas reacciones de los inconscientes, que son muchos inutilizados, y de los inconsistentes que, casi siempre, hablan de más. Los primeros, están llenos de coherencias y perseverancias de amor y entrega. Los segundos, son carentes de presentes significativos, sin herencias brillantes que puedan dejar a sus descendientes, desgraciadamente. Luis, sabía de esto y no se amargaba su existencia, porque los temerarios no se amilanan ante las fatigas que les impone la vida; ya que son imposiciones que ellos mismos se han asignado, por necesidad, para existir. De otra manera no respiran.

El viento fresco de la montaña lo retornó otra vez. Tocó con sus manos algunos postes del viejo cuartel y dejó que le volvieran a invadir los hechos de tres décadas atrás. Se quedó pajita por la claridad con que llegaba el pasado, ése mismo que le daba fuerza para continuar conservando, defendiendo y esparciendo, como leal auto designado apóstol, los ideales llenos de proezas que legaron los caídos de los primeros vientos libertarios.

Le brotaron imágenes y accionares. Se le revelaron los rostros de los combatientes. Cada uno le llegó a su cámara de retenciones emocionales. Con excelente prontitud le acompañaron sacrificados y sobrevivientes. Se decía, muy estremecido por tanta carga emotiva: “Desde esa escuela y esa iglesia lidiaron con sus armas el doctor Pablo Gómez, el profesor Emilio Gámiz, el campesino Antonio Escobel y el ético Miguel Quiñones. Todos cayeron en combate, ¡ah!, amigos queridos, si hasta parece que los estoy viendo”. Tuvo ganas de suspirar pero, muy a su estilo, no lo hizo. Luego giró la vista a donde estuvo el alto del terraplén, que sirvió de ascenso y descenso a ciertas partes del ferrocarril, así como al ataque frontal del memorable septiembre y, se le reflejaron las siluetas. Una de ellas era la del comandante Arturo Gámiz, quien fue acompañado en esa parte del asalto por el justo Salomón Gaytán y por el mejor riflero de la montaña llamado Ramón Mendoza. Sólo el último sobrevivió, de milagro, por designios de quién sabe.

Avanzó otros pasos hacia uno de sus costados encontrándose con unas viviendas, en el lugar de lo que fue el local de los talleres y almacén del tren. 

Le fluyó, automático, su soliloquio:“Si hablaras, Casa Redonda, me dirías qué fue lo que viste e hiciste de mis camaradas, cuando hace tanto tiempo tú trataste, me imagino, de cubrirlos del fuego de los contrarios. Lo digo porque creo que quisiste proteger a estos arriesgados, ésa es mi idea. Disculpa que te reclame las vidas del jovencito estudiante Oscar Sandoval y del novel maestro Martínez Valdivia. Pero, a la vez, quiero agradecerte porque cuidaste de que no les llegara la muerte a otro Gaytán que fue Lupe, Escobel por primer apellido, y a Florencio que dispuso del nombre de Hugo, como uno de mis patos de la suerte”. Expresión traviesa es la de Paco, como lo ha sido él en su propia vida, instante tras instante. Ufano, suspicaz y pícaro muy adelantado, con verbo y sustantivos contagiosos en forma y profundidad, es la conjunción de este hombre. En especial contrariedad, desaira y se vuelve escurridizo cuando ve poca monta en quien lo quiera fraternar o entrevistar. Y se entiende por qué.

Puso su imaginación a lo largo de una de las calles, en donde dejaron el camión carga trozos con sus armas de reserva, al cuidado de Matías Fernández, otro de los jovencitos que sobrevivió después de la alborada de aquel otoño frío. Fue cuando, antes de fijar los ojos en el último centro del ataque, veloz le llegó la figura de su familia. Desde sus abuelos, generadores de epopeyas que fueron transmitidas a sus descendientes, mismos que las recibieron orgullosos. Y en viceversa, con carga de nobleza, se veía entre los herederos comprometidos con la probada gallardía de sus ancestros.

Y entonces, para él solo, se le apareció la Casa Pacheco. Todavía existía. Señorial, para su gusto y acomodo, a la mera medida de su invocación. Dicen que esa vivienda perteneció a un tal Pacheco, de allí su nombre. Nomás de verla casi se le sale el alma al recordar su tierna bizarría. Como un autómata llegó a ella. Maltrecha, pero seguía existiendo su casa, también, de la suerte, la misma que le dio abrigo en la madrugada congelada del mítico enfrentamiento, cuando su rifle siete milímetros, casi al grado de fundirse, escupió fuego tras fuego, y en donde su pecho se cansó de esperar la bala terminal; ésa que nunca quiso llegar. ¿Por qué? Cosas extrañas de la vida o, ¿de seres superiores? Hay quienes dicen eso. La fortuna es que el guerrillero pudo narrarle al mundo la fuerza y firmeza de aquella proeza, que hizo que madrugaran, en toda la extensión de la palabra, las ilusiones de los seres más dignos de un país estropeado. Deshaciendo, así, toda la verborrea embustera del parte oficial.

-¿De dónde sacaste el coraje y las ideas?

- Es de familia y, si me apuras, te diré que de mi madre y mis tíos viene la cadena de las inspiraciones. 

De tal forma contestaba Francisco, en una conferencia de prensa que tenía lugar, años después del hecho que habría de inspirar a guerreros y artistas.

Su familia es el orgullo de recurrencia constante. Cima que lo mantiene en alto, permitiéndole respirar sus vientos de libertad.

El recuerdo de Herminia, la mujer que le dio la vida lo traslada, como saeta, al campo de las vibraciones supremas. Sólo hay que escucharle y verle su faz para darse cuenta del amor que se carga por esta mujer. “Mi madre tenía una voz maravillosa por lo cual le decían que era un ruiseñor. Y leía y leía tanto que, comúnmente, se retrasaba en los trabajos de la casa. Qué virtudes, tan inmensas, eran las de mi pequeña”. Herminia murió muy joven; pero su veneración vive longeva en el que subió a la montaña, pensando en ella.

El gorjeo de las aves le avivó la memoria. La fauna y la flora de la tarahumara son un banquete para los inspirados. Luis, admirador y cuidador de los medios ambientales, aumentó la fortaleza de su convicción por la inspiración de ser un guerrillero de la montaña. Los ríos y sus brumas, las nubes y sus sollozos, los riscos y sus pumas, los cielos y sus guacamayas, las gramillas y sus insectos…las miserias y sus montañeses…los socavones y sus esclavitudes, le agrandaron sus, ya firmes, vertientes revolucionarias. En esto iba sumergido cuando dirigió su rumbo hacia arriba, directo al faro contra incendios “la chinaca”, en lo alto de los cerros, para continuar con su jornada de reconstrucción de hechos, los de la epopeya. La faena la empezó en el recinto del panteón municipal donde saludó a sus compañeros, muy a su estilo personal. Arturo, Pablo, Salomón, Antonio, Miguel, Emilio, Oscar y Rafael, le escucharon con mucha atención, como escuchan los muertos a los vivos que multiplican ideales. Fue en esa tumba en donde se lee el famoso epitafio: “El México nuevo, en donde haya una verdadera justicia social se construirá, con el dolor, el sacrificio y la sangre de sus mejores hijos en aras de los más sagrados ideales del pueblo”. Dr. Pablo Gómez R. Le seguía admirando, cada día de su recorrido terrenal, la solvencia moral y el carácter de los sacrificados. A cual más de bravos, ni uno menor en cualidades humanas. Recordó, en el camposanto, una anécdota que le mostró al compañerismo como una actitud heredada y cultivada en cada uno de ellos. Todos descendientes de la clase baja. Grandes visionarios lectores, por los que no leen y que, por consecuencia, menos pueden ver.

La anécdota: cierto día en el valle donde, desde la prehistoria, vive el Popocatépetl, el grupo ejercitaba cuerpo y espíritu con miras a la misión de Chihuahua. Hubo cierto momento en que la actividad se vio retrasada y Paco reparó en que Arturo no desempeñaba con eficacia sus ejercicios. El motivo era que había olvidado su cinturón en el lugar donde estaba el campamento, y subir la intricada planicie le resultaba incómodo. Sin embargo, trataba de 7 mantener en secreto su dificultad que, de alguna manera se podría decir, le resultaba penosa, pues con una y otra mano se sostenía el pantalón para que éste no fuera a caérsele.

- Ponte por favor mi fajilla- le habló Paco casi al oído, como queriendo secundarlo en su trivial secreto.

- No es necesario, no hay ne… Hablando en ráfaga, no le dio oportunidad para que siguiera negándose, dándole una síntesis de conceptos.

- Por favor no me cuestiones, no, porque rechazarías la solidaridad de un compañero, de lo que tú dices que es una de las más hermosas cualidades.

Tómalo por favor y te lo pido en nombre de los que damos todo por la construcción del hombre nuevo, ése que encabezará el esperado orden social que no tendrá sello discriminatorio. El que estará pletórico de justicias. Que será como un alivio para los virtuosos, un descanso de los enfermos y ancianos. Indiscutiblemente que una gracia para los caudales de la inocencia: que son todos los niños que no saben de sus calamidades y, una infinidad de adultos de paso lerdo mental.

Arturo se quedó inefable de tanto concepto de fuerte contenido, vertido tan rápido. Ya no le dijo nada más. Se le quedó mirando, agradeciendo quién sabe para dónde, a quién o a qué. Sorprendido de la calidad del comando que compartía la suerte con él.

- Toma mi ceñidor y, tampoco te vayas a negar- le dijo Miguel Quiñones Pedroza al propio Luis, cuyo nombre verdadero era el de Paco. Escuché lo que estabas diciendo. Por todo lo dicho, no se pudo negar, porque él había puesto la condición de la fraternidad sin cuestionamientos.

- Ahora, te entrego el mío amigo Miguel y, de la misma manera, no repliques nada. Sé consecuente con lo que predicas- alguno de los otros bravíos se lo ofreció.

Luego a éste otro, y al otro alguien le cedió el de él. Ese mismo ofrecimiento prosiguió en los demás. “Ya ni recuerdo cómo quedó la distribución, pero nadie quería ser menos que los otros, en demostrar la contundente amistad.

Qué estatura de principios tenía cada integrante del grupo guerrillero de las cumbres norteñas, en el que yo combatí, cuando me electrizaban mis diecisiete años”, cuenta, cuando se necesita hacerlo, el fiel descendiente de la dinastía Gómez, y siempre agrega: “Fue el hecho de por qué Arturo, en el lugar de su muerte, llevaba el cinturón con una “f” de francisco. Yo me quedé con el cinto de Quiñones, mismo que llevé en el combate. Espero regresárselo a su hermana Estela. El mío quedó en la fosa común ciñendo, con mucha honra, el cuerpo de un héroe”.

Seguía platicando con las imágenes de los recuerdos, cuando estaba avizorando el faro retador de los fuegos, seguramente, templo de devoción de las ánimas del bosque.

“Para la retirada la palabra clave era águila. Luego iríamos al huerto de manzanos o a esta atalaya, con el propósito de la reagrupación. La expresión designada nunca se dijo, porque los que la dirían murieron siendo muy reciente la combatividad. Ahora lo sé, porque creo que ellos pensaron, en los primeros instantes, que ganaríamos la batalla. El enemigo se multiplicó, inesperadamente, y pasó lo que pasó. Eran más de los que creíamos que fueran en realidad. No cabe duda que la historia se edifica con tabiques de contrariedades. Riega sus cultivos de vida con desembocaduras de violentos ríos. Marca los cauces de las ramificaciones de la existencia, arrebatando finísimos follajes de sus árboles”. Acarició con el brillo de sus ojos la pedrería con la que estaba compuesta la musculatura del gigante vigía de la floresta. Se quitó la mochila que había llevado para la ocasión, muy elemental era su contenido pero mucho mejor que lo que traía cuando atravesó los peñones en nueve días y ocho noches.

Se recostó, una vez dispuestos los preparativos para acampar durante la oscuridad que se avecinaba, como debió de haber sido treinta años antes. Era la idea que en el lugar se platicaría, bajo el cobijo de las penumbras, sobre pericias que se libraron durante el asalto al campo de los militares. Pablo, Arturo y Salomón se pondrían de acuerdo en la logística de vanguardia y retaguardia, que continuaría. Pero no fue de tal manera, aquel día de aquel septiembre sólo el acudió a la cita. Ocho de sus compañeros quedaron sin vida, como formando un ruedo fatídico, en la controversia de fusiles. Los otros cuatro que no murieron prefabricaron su escape, en emergencia, por otras veredas surgidas del apuro.

Las linternas colgadas de clavos invisibles en el cielo, le estiraron la hazaña de su fuga. Otra vez las estrellas, que son incansables protagonistas, siempre en coparticipación con los bravíos actores mundanos, a la vez estrellas de la vida real, como el nativo de Delicias. Le llamó la atención una de las constelaciones más claras que, ahora sabía, era la Osa Menor y él conocía como el “carrito”. Ese conjunto de luces milenarias, como ángeles guardianes para los que están en soledad, le fueron marcando el trayecto hacia el hogar, cuando la noche convertía en negro profundo, todo lo que fuera de otro color y tono, sin distinción alguna.

“¿Cómo fue que lograste escapar Francisco? ¿Quién cubrió tu retirada? ¿De dónde brotó tu invisibilidad? ¿Algo más poderoso quiso que no cayeras? ¿Hay cuestiones incomprensibles que designan las suertes de los vivientes? Durante el resto de mis días me lo seguiré preguntando”, se decía embelesado por la inspiración que un brillante cosmos le brindaba en la noche de su memorial. Raúl Gómez, su tío y padre después de la partida de Herminia, además de reinventor de la nueva línea del trabajo en los surcos democráticos de los Gómez, le sintetizó de una sola vez, el cariño familiar conjuntado con las creencias de sus antepasados.

“Dice tu abuela Loreto, que el ángel de tu madre te cubrió con el manto bendito de la virgen, para que no te pudieran descubrir los soldados, cuando terminado el combate, emprendiste el ascenso a la serranía. Los puso ciegos y sordos, momentáneamente, para que no percibieran tu presencia. Los ángeles convertidos en estrellas, cordilleras y ríos te guiaron hacia los que tanto te amamos, hijo mío. Con la sangre de Pablo cubrimos nuestra cuota de amor al pueblo y tú fuiste designado, así lo dice tu abuela, para narrar la hazaña que le abrirán los ojos a los mexicanos, no importa el tiempo que tarden. ¿Qué más puedes probar que lo probado? Un pacto firmado en sangre, ¿quién lo hace? Gracias Paco, nadie olvidará lo que hiciste y fuiste, porque desde la fuerza de los tuyos te estás multiplicando, desde el septiembre de ustedes. Dale oído y respeto a la fe de tus mayores, que por algo dicen las cosas”.

Con este recuerdo cerró los ojos, para intentar dormir; aún no pudo. La solemnidad del lugar le reanimaron los hechos de los seis lustros. Del cómo salió del cerco del cuartel, increíblemente, como viento que no levanta polvo.

Llevaba un desgarre en su mochila, hecha por una ojiva de los milicos, que temerosos por desconocer el número de los osados, tardaron en componer la persecución liquidadora, lo que aprovechó el del seudónimo de Luis para filtrarse en el bosque que es un cómplice natural de los fugitivos. En otros lados de él: Florencio, Ramón, Guadalupe y Matías se esmeraban en buscar y exigirle su protección.

En las extremas fronteras del hambre y el aguante físico, en donde se delimitan la vida y la muerte, puso sus plantas el hombre de la suerte suprema, en ese momento, muy maltratada como a veces le ha sucedido a la del justiciero de la triste figura.

Siempre desde lo alto de la cordillera, guiándose por las noches en las rutas que le dibujaban las estrellas, y en el día por la senda que marcaba un gran río que transportaba desde muy del norte, cristalinas aguas congeladas. Ahora sabe que era el río Papigóchic, otra impresionante belleza que brinda la naturaleza en su tierra de paraísos, que es Chihuahua. Con fríos de los grados bajo cero y la hambruna que desgasta, el instinto de su talento se hizo presente. Cubriéndose con la hojarasca de la montaña, haciendo rutinas de ejercicios y aferrándose al fuerte carácter de su signo, le sobrevivió a ese lado 10 negativo, que cruelmente les vomita a los humanos el medio ambiente, cuando se torna fantasma de adversidades.

Sólo bajó de la cordillera cuando presintió que era el momento correcto. En Temosáchic compró un boleto de tren para la capital del estado, porque guardaba un billete de cincuenta pesos, de los azules que llevaban la imagen del presidente Juárez. Le había sobrado de los que les dio su tío Pablo en la casa de su abuela en el principio del verano Lo ocultó en uno de sus zapatos para prevenir alguna emergencia, como la inusual que se le presentó cuando bajó de las laderas que protegiéndolo, también lo torturaron.

En un vagón de segunda, compartiendo el viaje con disipados federales, descaradamente, Francisco emprendió el descenso a la ciudad, justo cuando el ascenso de la razón de su vivir se trepaba a lo alto de las montañas, en donde las serranas y los serranos cuidan y difunden sus leyendas, platicándoselas con verdadera devoción a sus hijos y nietos.

Al atardecer del noveno día de la alborada combativa, antes de llegar a la estación de Chihuahua, en una subida de terreno, saltó de la serpiente de acero para burlar el último cerco policial y dejar descansar a los ángeles responsables de su cuidado, cuando menos por un corto tiempo.

Con cara de mucha satisfacción, comprendió que el esfuerzo de la jornada le minó la vitalidad que había reunido, treinta años más tarde, para reconstruir los hechos mitológicos en una especie de ceremonial para sus amigos eternos: los que aún vivían y los que estaban muertos. Se quedó profundamente dormido, al pie del faro “la chinaca”, que sigue coexistiendo con la ciudad de Madera, como un imponente señalamiento de los sueños de trece jóvenes, que un día debieron cobijarse en él. Una vez más los astros del infinito velaron su sueño; locos incansables, como si no lo hubieran hecho antes.

***

Así, con fuegos y pasiones se ha escrito la historia de Paco llamado, también, Luis. Todo sucedido en un territorio de cautivante beldad, en donde viven criaturas aladas de carne y hueso, que suelen hacer traviesas revoluciones.

Cuando alguien pregunta, ¿qué hace el profesor Francisco en estos días?, sus muy cercanos, le contestan con palabras que él mismo dice: “Estoy al cuidado de mis descendientes, atendiéndolos con mi deber y derecho de padre. Enseñándoles a que amen y valoren a su país y su gente, cultivándoles la fuerza de su raíz familiar. Que se enseñen a ser gente de espiritualidad, para que talentosamente saquen adelante a su patria combatiendo las injusticias y las simulaciones, extrapolando todo el accionar y sus resultados al seno familiar”.

“Sigo firme porque pienso que la salud de la familia y de la República, estriba en que hagamos la tarea que nos corresponde, en los distintos contextos del quehacer social, con honradez y sin desmayo. Pienso que sin condiciones para la igualdad en la sociedad, las instituciones romperán su motivo de existir y fenecerán o, las destruirán los nuevos vientos de libertad convertidos en cóleras organizadas”.

Si hay alguno con deseos de husmear sobre uno de los sobrinos patos, acérquese a donde se respire el perfume de las transiciones, por ahí lo encontrará, infatigable. Él lo ha dicho: “No me jubilo, ni en lo social, laboral, profesional, familiar, ni sexual”, y con tal picardía nos aclara un punto fino del sentido del humor: los revolucionarios no están exentos de frescuras, hay más en ellos que en nadie. Por eso nunca sobrarán plumas y tinteros, cuando tomen la magia de sus vivencias.

En alguna parte, alguien alguna vez dijo estas palabras, que parecen acopladas para cualquiera de los trece gladiadores de la montaña. Ese grupo irrepetible de donde formaron parte, de alguna manera, unos personajes de historieta.

“Queriendo ser un guerrero de lo imposible forjó sin saberlo su cándida inmortalidad, construyendo, antes, su mortalidad espinosa, y hoy navega con su credo como un convencido creyente de una nueva creación, de la que sabe vendrá la crianza de la justicia exacta, aunque sólo la vea siendo una estrella de luz propia”.