Opinión

Reclamos y rebuznos nocturnos

  • Por editorap3

Por Carlos Gallegos.- Unos de los primeros shows que llegaron al viejo Delicias fueron los circos, el arte milenario de entretenimiento público ideado por los chinos muchísimos siglos antes de que se les ocurriera diversificarse en todo lo que hoy hacen, incluidas pinzas perras que duran ocho días y vírgenes de Guadalupe made allá en el misterioso oriente.

El circo, que en cristiano antiguo quiere decir círculo, es un espectáculo familiar amenizado con música de mambo,guarachas, jazz, danzón foxt trot, cumbias, rock y lo que vaya saliendo.

 Los payasos, algunos muy sangrones, los hombres forzudos, las mujeres bigotonas, los vuelos y riesgos mortales en los trapecios, los leones molachos, los elefantes bamboleantes, los y las contorcionistas, las trapecistas de buena pierna, los camellos pedorros, eso y más divertía a nuestros ancestros cada que llegaban los circos con sus carpas y sus luces.

 Cuando el mundo se acababa metros afuera del semi redondel de la Avenida Agricultura, ahí, en la orilla, se instalaba su algarabía.

 Al crecer la población, la fiesta circense se fue a las cercanías de la estación del tren, luego a la salida sur de la city, también en los llanos beisboleros que estaban donde hoy se ubica la CFE de Bartlet, más tarde en varios baldíos del Sector Sur, enseguida cerca del primer Alsúper, en tantos tumbos, ahí  donde la autoridad en turno lo juzgaba mejor luego de autorizar su estadía a cambio de la consabida alcabala y, dicen los memoriosos chismosos, que  a veces hasta de la tradicionalísima mordida. Fíjese fíjese.

  Todo iba bien hasta que llegaron los defensores de los animales y el encanto de las carpas empezó a menguar al faltar los perritos que saltaban en medio de los aros, los caballos pony que daban la vuelta jalados de la cola por los enanos, los domadores con sus látigos tronantes que metían al orden al león que se los quería cenar.

 Actualmente llegan y se van los circos sin que causen el impacto de antes, quizá porque nos mantenemos sambutidos en las redes, a lo mejor porque los animales eran su principal atracción, en una nada porque la beca presidencial no cubre ese servicio y el chivo no alcanza para la entrada.

 Por lo que sea, el caso es que quedaron muy lejos, extraviados en el polvo de tantos años, los tiempos en que a emprendedores como el Pelón Delgado los circos le alivianaban la vida.

Con natural y aguda visión empresarial, concluyó que los leones tenían que comer, y como su dieta era a base de carne roja, se convirtió en eficiente proveedor, haciendo garras a la competencia, ya que daba más barato que todos y entregaba la merca al pie de la ventanilla de compras de la carpa en turno.

  El mercado carnívoro no le significó ningún problema, pues le dio por arrear burros orejanos que andaban errantes en las lomas circunvecinas, y al riatazo de un jarillazo en la grupa los arrimaba hasta el patio trasero de su casa, desde donde se escuchaban los feroces y hambrientos reclamos de las fueras encerradas en sus jaulas del circo recién instalado en la estación.

 Al amanecer hacía la entrega, siete lanas por asno, y a darle vuelo a la vida loca.

 La lucrativa empresa cerró la negra noche en que su papá, que dormía cerca de la ventana, fue despertado por un rebuzno cercano y, llamado a cuentas, el imaginativo negociante hubo de confesarse dueño y único accionista de la boyante maquiladora y el comercio carnal le fue clausurado con el sello inapelable de la autoridad paterna.

 Tiempos mejores han de venir, filosofó el avezado negociante, al tiempo que salía a sacar fiada una ventana blindada contra rebuznos nocturnos.