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Apuesta Sheinbaum por visita del Papa en 2026 para su plan de paz

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La última vez que un Papa visitó México fue hace casi 10 años. Durante su estancia, el entonces papa Francisco acudió a la fronteriza Ciudad Juárez (Chihuahua), que años atrás había sido la más violenta del mundo. Ese día de febrero de 2016 no hubo un solo homicidio en aquella ciudad. Real o simbólico, es el poder del Papa en México, país donde el 78% de la población se inscribe en el catolicismo. El Gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum busca que León XIV, máximo pontífice desde mayo, haga una visita a México tan pronto como en 2026. En El Vaticano, no obstante, señalan que no está en la agenda inmediata del Pontífice ese destino, aunque no lo descartan. El movimiento de Sheinbaum, al margen de satisfacer la fe de los creyentes, tiene un trasfondo político de gran calado. Mucho del plan de paz de la presidenta descansa en los valores de comunidad, solidaridad y familia presentes en el catolicismo. En el credo de Morena, el partido gobernante, esos valores son como antídotos para aliviar un tejido social roto, que intensifica la violencia y expande el dominio del crimen organizado.

Es un hecho, también, que la Iglesia y sus representantes llegan a sitios donde el Gobierno no tiene alcance. En México, hay regiones enteras controladas por los carteles, a pesar de la negación oficial. Allí, de norte a sur, de Chihuahua a Chiapas, pasando por Guerrero, Michoacán y Tamaulipas, los líderes religiosos fungen como mediadores entre el crimen y las comunidades desamparadas. Se trata de precarios arreglos de paz en medio de la lava de la violencia, que cada vez se ceba más con la población. Los representantes de la Iglesia, sin embargo, no han sido inmunes al azote del narco, que ya ha asesinado a varios curas locales. El clero ha alzado la voz exigiendo la actuación del Estado, y, no obstante los riesgos, se ha mantenido en la primera línea de batalla predicando sobre el perdón, el amor al otro, la esperanza.

El fundador de Morena y antecesor de Sheinbaum en la presidencia, Andrés Manuel López Obrador, incorporó a su programa político una visión de moral pública muy vinculada a la perspectiva católica. Al margen de si él profesaba o no esa religión —se definía a sí mismo como “seguidor de Jesucristo”—, era muy consciente del arraigo del catolicismo entre los mexicanos. El expresidente planteó que la atención a la crisis de la violencia pasaba por la atención a las causas que la generan. Reforzó la cobertura de programas de ayuda a los sectores vulnerables, jóvenes principalmente, a la par que difundía en las escuelas una Cartilla Moral, un alegato contra la corrupción del individuo y las “conductas antisociales”.

Sheinbaum ha continuado en esa línea, con un cambio importante en el enfoque del uso de la fuerza del Estado. Mientras López Obrador rehusó atacar directamente a los carteles, paradigma que él bautizó como de “abrazos, no balazos”, Sheinbaum ha apostado a la investigación e inteligencia para dar golpes certeros al crimen organizado. La mandataria confía en un balance entre la fuerza del Estado y los resortes culturales. En este último medio año, la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, ha sostenido reuniones con representantes de varios grupos religiosos, principalmente católicos, para apuntalar la estrategia gubernamental de atención a las causas de la violencia.

Fuentes del Gobierno federal han confirmado a EL PAÍS que Rodríguez ha intensificado las negociaciones en El Vaticano para que la visita del Papa León XIV ocurra el próximo año, a petición de la presidenta Sheinbaum. De concretarse, México sería en 2026 la sede de dos grandes acontecimientos de calado internacional: el Mundial de Futbol y la visita del Pontífice a América. “Un Papa no puede ignorar a México”, comentan las fuentes. En términos brutos, el país latinoamericano tiene la mayor población católica de habla hispana, con casi 98 millones de personas, según cifras oficiales. A ello habría que sumar a los miles de inmigrantes que atraviesan México hacia Estados Unidos y que también profesan la fe católica.

Agenda papal indefinida

Aun cuando es indiscutible la relevancia de México en la constelación del catolicismo, la agenda de viajes del Papa para el próximo año está aún muy en el aire. Robert Prevost, que nació en Estados Unidos pero pasó cuatro décadas en la diócesis de Perú, hizo el primer viaje de su pontificado hace dos semanas, a Turquía y Líbano. La agenda de León XIV era uno de los asuntos de mayor interés para los medios que viajaban con él en el avión papal, entre ellos EL PAÍS, y a preguntas de los periodistas de lengua española sobre si podía ir pronto a Latinoamérica y España reveló algunas pistas.

El pasado 27 de noviembre, en el vuelo de ida a Ankara, dijo a los enviados españoles que podían tener “más que esperanzas” de que va a ir próximamente a España. Y el 2 de diciembre, en el vuelo de regreso a Roma desde Beirut, dijo que estudia un viaje a América, una posibilidad de la que se habla con insistencia, pero aclaró que “el proyecto no está decidido”. Precisó que sería en todo caso en 2026 o 2027: “Estamos viendo”. “Evidentemente, me gustaría mucho visitar América Latina. Argentina y Uruguay, que estaban esperando la visita del Papa. Perú, donde creo que me recibirán también, y si voy a Perú, también a otros países vecinos”, adelantó. No mencionó México, pero no se descarta que un viaje a América Latina pueda incluir este país. Es un proyecto en el que aún se está trabajando.

Lo único que quedó claro fue que el próximo viaje internacional de León XIV será a Argelia, aunque no especificó la fecha. “Personalmente, espero ir a Argelia para visitar los lugares de la vida de San Agustín. También para continuar el diálogo, la construcción de puentes entre el mundo cristiano y el musulmán”, explicó el Pontífice, que pertenece a la orden de los agustinos. Añadió que también aprovechará para hacer etapas en otros países africanos, que tampoco detalló, aunque se habla de Camerún.

Un viaje de Robert Prevost a América Latina se da por hecho desde su elección, pues además de ser estadounidense tiene la nacionalidad peruana y ejerció su ministerio en Perú durante buena parte de su carrera eclesiástica. Primero, en los años ochenta hasta 1999, y en una segunda etapa como obispo de la localidad peruana de Chiclayo, desde 2014. En tierras peruanas, conoció de primera mano los problemas de la región, de la pobreza y la violencia a las catástrofes naturales, y estuvo cerca de las personas más necesitadas, también de los inmigrantes.

Permaneció en Perú hasta que fue enviado al Vaticano en 2023 como prefecto del dicasterio de los Obispos, hasta ser elegido sucesor de Francisco el pasado mes de mayo. En el vuelo de regreso a Roma, habló con los periodistas del impacto que sintió el día de su elección, pero precisamente se refirió a que los años vividos en América Latina le ayudaron a confiar en Dios: “Esa fue mi espiritualidad durante muchos años, en medio a grandes desafíos, viviendo en Perú durante los años del terrorismo, siendo llamado a servir a lugares en los que nunca habría pensado ir”. Por ese motivo, su comprensión de los problemas de América Latina es muy cercana y tiene una gran empatía con el continente.

 

(Información de El País) 

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