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Premian a capitán y luego lo encarcelan: El marino que cazó al Z40

  • Por JR

El capitán de fragata Raúl Sánchez Labrada fue clave en la captura de ‘El Z40’, líder de Los Zetas. En lugar de recibir una medalla, terminó con una condena de más de nueve años.

Ciudad de México.- Esta historia es la de un héroe caído con un final esperado. Un marino que cumplió una de las misiones más urgentes y peligrosas para el país, pero en lugar de recibir una medalla, se le dio una celda en prisión militar. Un Ícaro que voló demasiado cerca del Sol que se le derritieron las alas.

Por años, México le ha fallado –yo, incluido– a un marino ejemplar pero en unos días se podrá resarcir ese daño: decretar el Reconocimiento de Inocencia y la anulación de sentencia del capitán de fragata Raúl Sánchez Labrada, pieza clave para la detención en 2013 de uno de los criminales más buscados en la historia del narcotráfico en México y Estados Unidos.

Esta es la vida del militar Sánchez Labrada contada por él mismo desde la Prisión Militar Número 1-A, donde ha cumplido una condena inicial de 22 años.

En el primer año en el sexenio de Enrique Peña Nieto, el gabinete de seguridad lanzó su plan de pacificación: arrestar o abatir a 122 “objetivos prioritarios”. La idea era que, si las autoridades lograban neutralizar a estos generadores de violencia, el crimen organizado quedaría acéfalo y se desplomaría el resto del cuerpo. La “guerra contra el narco” iniciada con Felipe Calderón terminaría, según los priistas, con unos cuantos dardos de precisión y envenenados.

En ese listado había otros más pequeños. La pulpa de la maldad. El exsecretario de Gobernación Miguel Ángel Osorio Chong lo llamó “Los 10 malditos”, una decena de cabezas violentísimas y autores intelectuales de las peores tragedias del país: El Mayo, El Chapo, La Tuta y, entre ellos, El Z40 o Miguel Ángel Treviño Morales, un neolaredense cuarentón que lideraba a Los Zetas junto a su hermano Omar, Z42. La aprehensión de ambos era urgente para México y Estados Unidos tras la masacre de Allende, Coahuila.

Para detener a esos diez malditos, no bastaban las policías estatales o la federal. Los cárteles estaban paramilitarizados y se necesitaban grupos especializados de las Fuerzas Armadas para hacerles frente. Los marinos, por su formación de élite, se volvieron la opción natural del gobierno de México para cumplir con esas misiones que muchos consideraban suicidas.

En ese 2013 un marino llegó a Monclova, Coahuila, para apoyar con la misión: el capitán Raúl Sánchez Labrada, cuya reputación le precedía. Había tomado cursos en Estados Unidos y Guatemala. Tenía fama de duro e incorruptible desde su paso por puertos y aduanas. Ahora estaba en la cuna de Altos Hornos de México en busca de pistas para atrapar al El Z40. El problema es que Monclova era una región amordazada desde que ahí se asentó Heriberto Lazcano Lazcano, El Z3. El miedo cosía bocas. Nadie hablaba con las autoridades.

La batalla de Topo Chico le puso fin a Los Zetas. Perdieron las plazas y las celdas
Labrada entonces ideó una estrategia: crear un programa de denuncia ciudadana que sólo contestaría la Base Operaciones Navales de la Secretaría de Marina a su mando y que estaría apoyado por la Cámara Nacional de Comercio local en Monclova, que recompensaría con electrodomésticos a los informantes que permitieran tener un resultado comprobable.

El plan dio resultado cuando un integrante de Los Zetas comenzó a filtrar datos internos. A ese informante se le dio el sobrenombre de JEPA3, a quien Sánchez Labrada le ofreció conseguir una recompensa de cinco millones de dólares ofrecida por la DEA, si seguía dando datos duros y verificables sobre Z40. Así, logró lo que nadie había conseguido: ubicar la ruta y guarida del líder de Los Zetas en Anáhuac, Nuevo León.

“Por primera vez, el gobierno ya tenía un lugar para iniciar la cacería de Miguel Ángel Treviño Morales”, cuenta emocionado, como si la adrenalina nunca se hubiera ido de su cuerpo y reaparece con cada recuerdo en esta prisión.

Así inició la operación de captura del Z40 en Anáhuac, Nuevo León

Sentado en una mesa de cemento en la Prisión Militar 1, dentro del Campo Militar Número 1-A en Naucalpan, Estado de México, el capitán sorbe con calma un café y hace rayones para explicar su vida. La resma de hojas sale de una carpeta que contiene las pruebas de su inocencia. Todas están debidamente enmicadas, ordenadas, pulcras. El reflejo de una vida de disciplina militar.

“Pero eso ahora te lo explico, porque no se puede entender mi vida actual sin lo que pasó en 2013: el arresto, sin disparos, sin violencia de El Z40, sin daño colateral como debe ser, con trabajo de inteligencia”, dice Raúl Sánchez Labrada y sigue narrando, rayando, recordando.

Tras ubicar a su objetivo, el capitán pidió su traslado a la cabecera municipal de Anáhuac donde la Secretaría de Marina tenía una base de operaciones temporal para continuar su misión; sin embargo, su llegada intempestiva podría levantar sospechas. Sus superiores le recomendaron que mejor arribara a Colombia, una comunidad fronteriza que forma parte del municipio de Anáhuac.

Ahí, armó las piezas de inteligencia recabadas por su equipo y lo filtrado por JEPA3: sus datos arrojaban que El Z40 tenía una hija de apenas ocho meses en Nuevo Laredo, Tamaulipas, y para verla viajaba por las rutas de Anáhuac, Colombia y Nuevo Laredo. Una especie de Triángulo de las Bermudas, donde Los Zetas desaparecían personas a placer.

Para hacer más difícil su captura, existía la sospecha de que el jefe de la policía municipal de Anáhuac, el capitán Alfredo Grande Barrera –hoy retirado–, estaba en nómina del cártel y boicoteaba cualquier intento de aprehensión. Además, El Z40 usaba un celular Blackberry modificado con alta tecnología que al usarse en Nuevo León o Tamaulipas rebotaba la señal hasta el Estado de México. Había que abrir paso a ciegas y con el enemigo en casa.

La desventaja para los marinos era obvia: poco personal, pocos vehículos y fotos desactualizadas del Z40 y su hermano, quienes se habían operado el rostro para volverse irreconocibles. Pese a todo, Sánchez Labrada y su equipo siguieron investigando hasta que brotó su mejor oportunidad: el domingo 14 de julio de 2013, JEPA3 alertó que Miguel Ángel Treviño estaba por salir de su escondite en Anáhuac hacia Nuevo Laredo. Iría desarmado, sólo con su chofer y contador. La oportunidad era inmejorable.

Sólo había un problema: Treviño tenía dos rutas para ver a su hija recién nacida. Podría llegar por Colombia o directo a Nuevo Laredo. Labrada tomó la decisión de arriesgarse. Un volado, águila o sol. Así lanzó el operativo con una alerta en coordinación con la base de operaciones de la Marina en Nuevo Laredo:

“Preparen el helicóptero Black Hawk, nos vamos de cacería”, dijo el capitán.

“De inmediato reuní a mi personal, les dije que era una misión con un alto riesgo de enfrentamiento, por eso nos llevaríamos 80% del armamento de apoyo de la base. Sólo usaría dos camionetas de fuerza completas y ahí con trabajo me cabían 15 elementos en total. Decidí prescindir de una enfermera para maximizar los espacios, por lo que usaría el botiquín gracias a mis conocimientos de soporte básico de vida en trauma.

“Al final, les dije que íbamos por El Z40 y que sólo me llevaría voluntarios; quien no estaba seguro de poner el pecho, que no fuera; para mi sorpresa, hubo más voluntarios de los que ocupaba”, relata Sánchez Labrada, quien no ha probado bocado a la dona para seguir con su historia.

La versión oficial del arresto del líder de Los Zetas cuenta que, la mañana del 15 de julio de 2013, El Z40 viajaba relajado por su propio Triángulo de las Bermudas, hasta que llegó a una bifurcación en un camino rural y lineal conocido como La Gasera y eligió el sendero izquierdo. Aquella decisión banal, para ahorrarse cinco minutos hacia su destino, lo llevó directo a un retén militar que había puesto personal de la base de operaciones navales de Nuevo Laredo.

La versión de Sánchez Labrada es ligeramente distinta: el 14 de julio, un día antes, al mediodía se desató la persecución a partir de la información del testigo. Su intuición le ordenó vigilar la ruta, especialmente La Gasera, un sendero que cuenta con tres tramos de líneas separados por cercas con candados que El Z40 abría y cerraba conforme avanzaba para dificultar que lo siguieran. Las cercas eran tan fuertes que ni siquiera estrellando un vehículo blindado se podrían romper. Se necesitaba la llave que abriera los candados o una cizalla de gran tamaño.

Montando vigilancia es que el capitán recibió información valiosa del Comandante Tigre, al mando de todas las bases de operaciones temporales de la Marina: El Z40 y sus dos acompañantes viajaban por La Gasera, que sólo tenía una entrada y salida. Marinos y Zetas estaban, sin saberlo, a sólo unos metros de distancia.

“Llegamos a la primera cerca y ya iban delante de nosotros. Aceleramos y llegamos a la segunda pero nos volvieron a ganar. Estrellamos la camioneta en la tercera, quedamos atorados. Yo me salí a buscarlos a pie. Estábamos a tres kilómetros del fin del camino de La Gasera. Los teníamos en la punta de los dedos.

“En eso, el Black Hawk llegó y se posó sobre ellos, ahí nos dimos cuenta por la comunicación vía radio del helicóptero que venían dos camionetas. El piloto tomó una decisión al azar: interceptar solo una, color plata y placas de Coahuila. La segunda camioneta huyó y no la encontramos”, recuerda.

El capitán de fragata corrió hasta el vehículo interceptado y encontró a tres hombres rendidos. Para su sorpresa, uno de ellos les anunció que el piloto había tomado la decisión incorrecta: que El Z40 se había fugado en la segunda camioneta. Él, dijo ser un simple escolta.

El comandante al que el Z40 le puso precio a su cabeza

Los hombres detenidos fueron trasladados a un rancho en Nuevo Laredo. Las fotografías viejas y las cirugías plásticas complicaban su reconocimiento pleno, personal de inteligencia necesitaba tiempo para corroborar si, efectivamente, eran un simple chofer, contador y escolta, antes de ponerlos a disposición del ministerio público federal.

Mientras la investigación corría contrarreloj, una sensación agridulce se había instalado en el cuerpo de Sánchez Labrada: había logrado el arresto de tres importantes líderes de Los Zetas que podrían usar para dar un segundo gran golpe a la organización, pero El Z40 había escapado por enésima vez.

A cargo del interrogatorio se había quedado el comandante de la base de operaciones que tenía más recursos de vehículos y personal operativo, conocido como ‘Salvador’, quien tenía el récord de abatir a más integrantes de Los Zetas en el noreste de México. Tan letal que el propio El Z40 había ofrecido 300 mil pesos a quien lo asesinara. El capo le tenía terror, sediento de vengarse le puso precio a su cabeza.

La mala suerte acabó con ‘El Z40’: un volantazo desafortunado y un retén sin soborno

De pronto, Sánchez Labrada se acordó de un dato crucial. JEPA3 le había dicho que Z40 usaba una falsa identificación de la empresa ferroviaria Kansas City Southern en la que se hacía llamar David Estrada Coronado; un dato que sólo el capitán conocía. De inmediato, pidió la cartera del escolta para revisar.

“Entré gritando: ¡es él!, ¡es él!, ¡David Estrada Coronado es El Z40!”, recuerda emocionado. “Yo me imagino que era tanto el miedo que le tenía a ‘Salvador’, que lo iba a matar o hacer algo a su familia, que de pronto el detenido extendió los brazos con las manos esposadas y abrió una mano.

Y de pronto se rindió: “soy Miguel Ángel Treviño Morales, ¡quiero negociar!’”.

El capitán Sánchez Labrada recibió un premio que se volvió castigo

El Z40 no pudo negociar ni con todos sus millones de dólares a cuestas. Ya con la identidad confirmada fue trasladado por aire a la Ciudad de México y luego por tierra al penal de máxima seguridad del Altiplano en el Estado de México. Su celda aislada estaba en el pasillo de los peores delincuentes del país. Ahí vivió 12 años hasta que fue trasladado, junto a su hermano Omar –detenido dos años después– hacia Estados Unidos, donde aguarda un juicio que podría resultar en una prisión vitalicia.

La detención de uno de los más sanguinarios y escurridizos capos haría suponer a cualquiera que Sánchez Labrada sería recompensado con un ascenso o una medalla. En cambio, se le regresó a operar sin descanso a Piedras Negras, Coahuila, junto con ‘Salvador’, donde la furia de Los Zetas seguía viva por el arresto de su líder.

Pero el 3 de agosto de ese 2013, el capitán sintió la rabia en carne propia. A las 13:55 horas, un par de policías municipales le pidió apoyo para detener a una camioneta con dos personas supuestamente armadas y que estaban denunciadas por agresión y allanamiento. Labrada hizo el seguimiento, la detención y encontró sólo al conductor, quien no portaba armas ni drogas, por lo que dejó libre a Jesús Alberto Cruz Contreras. Horas más tarde llegó un hombre que se identificó como padre de Armando Humberto del Bosque Villarreal, quien acusó que su hijo estaba ilocalizable tras la supuesta detención de Labrada con otros marinos de Villarreal.

La trama se complicó para él cuando el caso llegó a un noticiero de alcance nacional. La familia de Armando Humberto del Bosque Villarreal había logrado la atención de los medios gracias a la asesoría del activista Raymundo Ramos Vásquez, que ha sido multipremiado por su defensa de derechos humanos, pero también está acusado de trabajar para Los Zetas “pescando” ahora para el Cartel del Noroeste, casos de desaparición forzada y ejecución extrajudicial para exigir la salida de las Fuerzas Armadas de Tamaulipas. La historia fue vendida como “la primera ejecución extrajudicial atribuida a la Armada de México en el gobierno de Enrique Peña Nieto”.

Para el mes de octubre, Sánchez Labrada ya había sido citado a declarar y el caso crecía como una bola de nieve. El instinto del capitán comenzaba a elaborar una idea: la policía municipal, enojada porque el arresto del Z40 les había cortado un importante flujo de dinero sucio, estaba ejecutando una venganza en su contra.

La corazonada se volvió certeza cuando se entrevistó con Alfredo Grande Barrera, el jefe sucio de la policía de Anáhuac y operador de Los Zetas, y éste –sin saber que estaba siendo grabado– le dijo: “Ya nos la debías”. Dicha grabación es una de las numerosas evidencias de una venganza fraguada contra el capitán.

Alarmado, Sánchez Labrada buscó asesoría legal. Su abogado encontró varias irregularidades: el parte de la supuesta detención y desaparición de Armando Humberto había sido alterado con firmas falsas de los policías municipales, la reconstrucción de hechos hacía imposible la materialización del crimen, había peritajes ocultos que comprobaban la inocencia del marino, entre otras inconsistencias.

“Actualmente tengo un recurso de Reconocimiento de Inocencia ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, porque fui sentenciado con documentos falsos. El Alto Tribunal admitió que existe efecto corruptor y prueba ilícita que no fueron valoradas en el proceso de origen”, dice el exmilitar con mano firme. “En estos días se va resolver mi caso en el Tribunal Colegiado de Apelación del Cuarto Circuito en Monterrey, a cargo de la magistrada Angelica Lucio Rosales. Ella me podrá dar el Reconocimiento de Inocencia, que es la anulación de sentencia de una persona inocente luego de agotar todos los recursos.

“Eso es lo que quiero: que me digan ‘usted siempre fue inocente, puede irse limpio, con su nombre y honor intacto”, dice.

Detienen al militar Sánchez Labrada con un aparente caso armado

El 2 de marzo del 2016, de pie en su alojamiento en Tampico, Tamaulipas, donde se preparaba para presentar el examen de selección para el Diplomado de Estado Mayor que se imparte en la Ciudad de México, Sánchez Labrada tomó la decisión más difícil de su vida: suicidarse y dejar en duda su inocencia o vivir para pelear y sacudirse injustamente la carga de culpabilidad de desaparecer y asesinar a un joven.

“Me avisaron a las 8 de la mañana que llegó la Policía Ministerial de la antes PGR con una orden de aprehensión y trasladado en mi contra para trasladarme a la Ciudad de México. Me fui rápido a mi alojamiento a cambiarme, pero estaba desorientado; pensé en correr, escapar, mil cosas. Y ahí estaba, con mi arma en la mano derecha, una Beretta PX4 Storm 9 milímetros con cartucho arriba, listo para volarme la cabeza; sólo no lo hice porque significaba que yo era culpable”, recuerda.

Paradójicamente, siguió la misma ruta aérea que El Z40: en avión hacia la capital del país y luego a lo que las Fuerzas Armadas llaman “La Casa de Piedra”, la Prisión Militar Número 1-A, donde le dieron un uniforme azul eléctrico y botas color negro. En el colmo de la desgracia, ese tono azul es similar al azul zeta que dio origen al cártel que Labrada había combatido arriesgando su vida.

En prisión militar, se enteraría de una más de las irregularidades de su caso: en el Hospital Central Militar “le rompieron las cuerdas vocales” al capitán Alfredo Grande Barrera, cuando los médicos militares intentaron hacer muestreo de voz para corroborar que era su voz la del video donde lo amenazaba. Tras esa mala intervención, murió de forma misteriosa. Su deceso fue un alivio para un alto mando que había sido mencionado en el mismo video como urdidor de la venganza.

Finalmente, el 28 de febrero de 2020, con cuatro años de proceso y libertad arrancada, se dio sentencia a él y los cuatro supuestos marinos cómplices: 22 años y seis meses de prisión por desaparición forzada –que luego fue reducida a nueve años, cuatro meses y 15 días–, más un proceso abierto por homicidio calificado con las mismas constancias e irregularidades. De nuevo, Ícaro cayendo desde el Sol hasta azotarse con la tierra.

“Te caes, te hundes, la depresión te gana… pero luego te dan ganas de pelear, de darle un sentido a ese día que no me maté con mi propia arma. Entonces, empecé a estudiar, a aprender, a hacer de todo para salvarme a mí mismo”, cuenta.

Ha pasado más de una década y Sánchez Labrada insiste en su inocencia: el señor Armando del Bosque Gutiérrez lo acusa de la desgracia del homicidio de su hijo, que se dejó llevar estando alcoholizado por policías municipales que trabajaban para Los Zetas y querían darle un escarmiento. Líder por capitán; narco por marino.

En unos días se resolverá el caso del capitán Sánchez Labrada

“Estoy en mi última oportunidad de probar mi inocencia. Como te dije, en unos días el Tribunal Colegiado de Apelación del Cuarto Circuito en Monterrey va a resolver mi incidente. Yo voy por todo: el Reconocimiento de Inocencia y la anulación de sentencia por desaparición forzada”, asegura.

De hecho, dice, el 16 de julio pasado cumplió al 100% su sentencia por desaparición forzada, pero no puede irse de la prisión militar porque sigue el juicio por homicidio del chico desaparecido. Son cargos hilados, así que si las autoridades resuelven su inocencia en la privación ilegal de la libertad, seguramente lo harán también en el asesinato.

Sánchez Labrada confía en buenas noticias durante los próximos días en que usted lea este texto. Es la batalla final por su inocencia. El sueño más anhelado. Si lo logra, habrá hecho historia en los libros de justicia militar en México; si no, asegura, su caso irá a los capítulos negros de militares presos por cumplir con su deber.

México le ha fallado a un marino ejemplar –yo, incluido– pero, insiste, en unos días se podrá resarcir ese daño: matar al preso 11033 de la Prisión Militar 1 y ver en la calle, de nuevo, libre, limpio, al capitán de fragata Raúl Sánchez Labrada. El marino que arriesgó la vida para librarnos del mal del Z40.

(Información tomada de Milenio)

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